Un año sin la leyenda: El último lanzamiento del Toro sigue presente

En el diamante del viejo estadio Ángel Flores, el 8 de noviembre de 2007, Fernando Valenzuela lanzó por última vez una pelota profesional. Nadie lo sabía. No hubo homenajes, ni cámaras siguiéndolo, ni la intuición de que aquel sería el cierre de una era. Sólo un encuentro de temporada regular de la Liga Mexicana del Pacífico entre Mexicali y Culiacán.

El Toro subió al montículo con el mismo gesto con que alguna vez detuvo el tiempo en Los Ángeles. En la parte baja del quinto inning, apareció en la caja de bateo un zurdo sonorense con pasado en las Grandes Ligas: Karim García. La cuenta llegó a un punto medio. El lanzamiento viajó, García giró el cuerpo y conectó una línea seca al jardín derecho. Doble. Sin saberlo, había puesto punto final a la carrera del pitcher más emblemático del beisbol mexicano.

De haber sabido que yo era el último bateador en su carrera, me dejo ponchar”, dijo Karim García entre risas en entrevista con Excélsior. “Nadie sabía que ese sería su último juego. Parecía que Fernando nunca iba a dejar de lanzar”.

El vínculo entre ambos se había tejido mucho antes de ese turno al bate. Karim creció en una época cuando las transmisiones de los Dodgers mostraban a un mexicano que dominaba la Major League Baseball (MLB) con un lanzamiento imposible de descifrar.

Por él  (Valenzuela) firmé con los Dodgers. Cuando tuve la oportunidad de ir a Estados Unidos, escogí a los Dodgers por Fernando. Era el ídolo de todos, también el mío”, recordó

*El Toro y García coincidieron por
primera vez en 1995 en Grandes Ligas.

EL TORO, UNA FIGURA QUE ALTERÓ LA IMAGINACIÓN DE UN PAÍS Y LA DE KARIM GARCÍA

Valenzuela no sólo transformó una franquicia. Alteró la imaginación de un país. Su éxito cambió el mapa mental de una generación de peloteros. Hizo creíble lo improbable. Desde Sonora, Sinaloa, Veracruz o Tabasco, los niños miraban al Dodger Stadium y pensaban que ese destino podía ser suyo. Karim fue uno de ellos. En 1995 debutó con la misma organización, como si la historia se repitiera en otro idioma.

Cuando llegué a Grandes Ligas tuve la oportunidad de tomarme una foto con Fernando. Él ya estaba en Padres de San Diego y yo en Dodgers. Es una foto muy bonita  porque salimos Ismael Valdés, Juan Gabriel Castro, Antonio Osuma, Fernando Valenzuela y un servidor.”.

El destino los cruzó de nuevo en 1998, durante una tarde de golf en Arizona.

Una vez en Ciudad Obregón yo acompañé a mi papá a jugar golf con Fernando Valenzuela. Yo ya sabía que le gustaba mucho, pero en 1998 tuve la oportunidad en Arizona de ir con él a jugar. Le presté mis bastones y me ganó con mis propios palos. Era buenísimo para el golf también”, externó García.

KARIM GARCÍA FUE PARTE DEL EPÍLOGO DE VALENZUELA SIN PROPONÉRSELO

Fernando competía en el golf con la misma serenidad con la que miraba al bateador antes de sus enigmáticos pitcheos. Ese tipo de escenas, más que los trofeos o los números, sostienen la leyenda del Toro. No son sólo sus victorias, sino las huellas que dejó a su paso como la Fernandomianía. Karim García fue parte de su epílogo sin proponérselo. La pelota viajó al derecho y con ella se fue una época.

En 2007, los Tomateros rompieron récords de victorias consecutivas en LMP. El ruido estaba en otra parte. Cuando García conectó el doble, Valenzuela fue relevado del juego. No alcanzó a retirar el quinto rollo. No volvió a lanzar más. Su adiós ocurrió sin ceremonia, sin titulares en la prensa, sin siquiera un aplauso que señalara el final. Sólo el silencio de un pitcher visitante que camina hacia el dugout.

Un año después de su muerte (22-10-2024), el recuerdo de Fernando Valenzuela sigue flotando como un screwball en el aire. En los estadios, en los patios donde los niños juegan, en los relatos que se cuentan entre generaciones el mote del Toro aparece casi siempre.

Para Karim García, la memoria tiene una forma concreta: un lanzamiento que cruzó el plato, una línea limpia al derecho, y el eco de una época que se apagó sin que nadie lo advirtiera.