De la dexametasona a los anticuerpos biespecíficos: la guerra contra el mieloma múltiple
Avances científicos han alargado la vida con mieloma múltiple, pero el acceso desigual en México sigue siendo el mayor obstáculo

En México, cada año se diagnostican entre 3 mil y 3 mil 500 nuevos casos de mieloma múltiple, un tipo de cáncer hematológico que afecta principalmente a personas mayores de 60 años.
Aunque la cifra oficial parece baja, especialistas advierten que existe un alto subregistro, ya que muchos pacientes no son diagnosticados a tiempo o mueren sin conocer la causa exacta de su enfermedad.
A diferencia de otros tipos de cáncer más visibles, el mieloma múltiple suele desarrollarse en silencio durante años. Cuando finalmente se detecta, ya ha dañado huesos, riñones o la sangre del paciente.
En hospitales públicos, el acceso limitado a tratamientos de alta especialidad y medicamentos clave ha hecho que la sobrevida varíe drásticamente según el lugar donde se atienda el paciente.
La larga batalla contra el mieloma múltiple
En el campo de batalla de la medicina, hay enemigos visibles y notorios —como el cáncer de mama o el de pulmón— que movilizan campañas, protocolos y fondos. Y hay otros, más silenciosos, más complejos, que han librado su guerra en la sombra.
Uno de ellos es el mieloma múltiple, un cáncer de la médula ósea que durante décadas desafió a la ciencia con recaídas constantes, diagnósticos tardíos y una promesa de vida acotada. Pero los soldados no se han rendido.
La primera ofensiva: los esteroides y la quimioterapia
En los años 70, el primer contraataque vino con agentes alquilantes y esteroides como la dexametasona. No eran precisos. Eran, más bien, bombas que caían sobre el terreno con poca discriminación.
Destruían células malignas, pero también sanas. Los pacientes vivían, en promedio, apenas 2 o 3 años. El enemigo resistía.
La segunda estrategia: el trasplante de médula ósea
Una luz de esperanza apareció en los años 80, cuando el trasplante de médula ósea se convirtió en una opción. El procedimiento, arriesgado pero revolucionario, duplicó las expectativas de vida.
Ahora los pacientes podían aspirar a 6 o incluso 10 años. No era una victoria, pero sí un avance estratégico. El enemigo ya no era invencible, solo escurridizo.
Nuevas armas: inmunomoduladores e inhibidores del proteasoma
A inicios de los 2000, la ciencia diseñó un ataque más inteligente. Llegaron los inmunomoduladores y los inhibidores del proteasoma. Por primera vez, no solo se atacaba la célula maligna, sino también su escondite: el microambiente óseo que la protegía.
“Estas drogas regulan también a las células sanas que están alrededor del tumor, que también están enfermas. No solo lo destruyen, lo desestabilizan”, explicó en entrevista para Excélsior el hematólogo Jorge Vela Ojeda.
La resistencia del mieloma comenzó a mostrar grietas.
La revolución biológica: anticuerpos monoclonales
En 2015, se desató una nueva fase de la guerra: la de los anticuerpos monoclonales. Moléculas diseñadas para reconocer y atacar exclusivamente a la célula del mieloma. Una medicina que, como un francotirador, circula por el cuerpo buscando a su blanco.
“Son muy efectivos: destruyen el tumor, mejoran el entorno y fortalecen las defensas del paciente”, agregó el especialista.
La supervivencia media escaló a los 10 o incluso 15 años, especialmente cuando se usaban desde el inicio. Pero el enemigo sabía esperar. Reaparecía. Se escondía. Recaía.
La nueva generación: anticuerpos biespecíficos
Pero la guerra contra el mieloma no se detuvo en los anticuerpos monoclonales. En los últimos años, los científicos diseñaron una versión más precisa y agresiva: los anticuerpos biespecíficos. A diferencia de sus antecesores, estos no solo se pegan a la célula cancerosa, sino que actúan como un puente entre el tumor y el sistema inmunológico, atrayendo a los linfocitos T del propio paciente para que ataquen de forma dirigida.
En términos simples, son armas dobles: con un extremo se anclan al mieloma, y con el otro, activan a las células inmunes para disparar. Su uso todavía está limitado a ensayos clínicos o fases avanzadas de la enfermedad, pero los resultados han sido sorprendentes, incluso en pacientes que ya habían agotado otras terapias.
“Cuando estos anticuerpos se usen desde el principio, como parte del tratamiento inicial, podríamos aumentar la supervivencia más allá de los 15 años”, afirma el doctor Jorge Vela Ojeda.
Armas del futuro: terapias celulares
Hoy, los investigadores están probando la tecnología más prometedora: los CAR-T, linfocitos T modificados genéticamente para perseguir y aniquilar células malignas. Un tipo de terapia celular que ya se aplica en ensayos clínicos con resultados esperanzadores.
“Tomamos los linfocitos T del propio paciente y los reprogramamos para que reconozcan solo a las células del mieloma. Luego los multiplicamos y los reinyectamos. Son millones. Y van directo al tumor”, dice Vela Ojeda.
Si se aprueban para etapas tempranas, podríamos estar ante la transformación definitiva del mieloma múltiple en una enfermedad crónica o incluso curable.
El talón de Aquiles: el acceso desigual
Pero mientras el laboratorio diseña nuevas armas, en los hospitales públicos de México, los pacientes aún reciben melfalán en tabletas, un formato ineficaz para trasplantes. El medicamento intravenoso, crucial para la estrategia, no está disponible.
“Si usamos el formato oral, la enfermedad recae. Usamos tratamientos ineficaces y los pacientes mueren. Así de simple”, denunció el especialista durante una conferencia.
La batalla no se libra solo en células, sino en decisiones de política pública. La desigualdad es otra forma de muerte anticipada.
La guerra no ha terminado
Hoy sabemos que el mieloma puede estar presente en el cuerpo hasta cinco años antes del diagnóstico formal. Lo antecede una condición llamada gamapatía monoclonal de significado incierto. Detectarla a tiempo y actuar podría cambiar la historia.
En esta guerra, los científicos, médicos y pacientes no buscan una victoria rápida, sino sostenida. El enemigo es persistente. Pero cada nueva línea de defensa, cada ensayo, cada paciente que sobrevive más allá de lo previsto, demuestra que hay avances. Que el enemigo está siendo acorralado.
Y que el largo camino para combatir el mieloma múltiple, aunque sinuoso, sigue avanzando.