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Los dueños del futuro

Mucho nerviosismo está causando en el sector laboral mundial, sobre todo en los jóvenes, la penetración que está teniendo la Inteligencia Artificial (IA) en muchos sectores de la economía. En algunos países, como Estados Unidos, ya se empieza a visualizar un fenómeno conocido como “crecimiento sin empleos”. Empresas como Amazon, IBM o Salesforce han reportado ganancias enormes junto con despidos masivos de miles de trabajadores.
Aunque el fenómeno no es nuevo –se ha presentado en otras épocas te turbulencia económica como en 1990, en 2001 y 2008–, no deja de generar preocupación ante la posibilidad de la sustitución permanente de millones de plazas de trabajo por la IA, vista por muchos como una revolución laboral sin precedentes. Sin embargo, ya ha habido otras de igual o mayor envergadura.
Primero llegó la revolución agrícola, hace más de diez mil años. Cuando el ser humano dejó de ser nómada y comenzó a cultivar la tierra, muchos pensaron que el estilo de vida conocido se desmoronaría. La caza y la recolección —formas milenarias de subsistencia— parecían condenadas a desaparecer, y así fue. Pero con ello surgió algo inesperado: la posibilidad de asentarse, de construir ciudades, de desarrollar oficios nuevos, de generar conocimiento colectivo. Lo que parecía el fin de una forma de vida se convirtió en el nacimiento de la civilización.
Siglos después, la revolución industrial estremeció al mundo. El vapor, el telar mecánico, la fábrica y la producción en masa fueron vistos como enemigos del trabajador. Los luditas rompían máquinas convencidos de que éstas acabarían con el empleo humano. Y aunque sí transformaron profundamente el mercado laboral, lo que siguió fue una expansión sin precedentes: surgieron nuevas profesiones, aumentó la producción y mejoró el nivel de vida. Las máquinas no eliminaron al ser humano; lo empujaron a ocupar un rol más avanzado.
Después, en el siglo XX, irrumpió la revolución computacional. Cuando los ordenadores comenzaron a realizar cálculos y procesos más rápido que cualquier persona, la predicción era la misma: “no habrá trabajo para todos”. Pero las computadoras no destruyeron empleo, lo multiplicaron en otras áreas.
Hoy estamos frente a una nueva ola: la revolución de la IA. Como en el pasado, surgen voces que advierten sobre la desaparición de empleos. Y, como también ha sucedido, el miedo se nutre más de la incertidumbre que de la realidad. La IA automatizará tareas, sí. Cambiará procesos, sin duda. Pero también abrirá espacios creativos, técnicos, científicos y humanos que apenas estamos comenzando a vislumbrar. Lo que antes consumía horas, ahora tomará minutos: menos tiempo en el trabajo y más con la familia.
Si algo nos enseña la historia es que las revoluciones no destruyen al trabajador, lo transforman. Lo que hoy tememos, mañana puede ser la base de nuestra prosperidad.
Y, como siempre, quienes se atrevan a reaprender, evolucionar y adaptarse, serán los dueños del futuro.

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