El cuerpo habla antes que la enfermedad: una lección de compasión en México

En un país donde las cifras de mortalidad parecen hablar más fuerte que las historias personales que las sostienen, el Día Mundial de la Compasión llega con un recordatorio inesperado y urgente: el cuerpo también merece ser escuchado. No como una máquina que falla, sino como un territorio vivo cuya primera forma de cuidado es la atención.
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El principio de ahimsa —“no dañar”— dio origen a esta conmemoración internacional. Pero en México, donde casi la mitad de todas las muertes anuales están asociadas a enfermedades que pudieron detectarse o atenderse a tiempo, ese llamado adquiere un significado distinto: no dañar también implica no ignorar.
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La compasión como acto íntimo
Durante décadas, la compasión se entendió como un gesto hacia los otros. Hoy la ciencia y la salud pública coinciden: empieza por dentro. Escucharse no es introspección superficial, sino un acto de responsabilidad vital.
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Las enfermedades del corazón —la principal causa de muerte en el país, con 192,563 defunciones— rara vez inician con un episodio dramático. Primero aparecen como un hilo casi invisible de señales: falta de aire al subir escaleras, palpitaciones que rompen el ritmo, una opresión que se vuelve demasiado familiar.
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El cuerpo avisa. El riesgo —silencioso y profundo— es acostumbrarse a ignorarlo.
La diabetes, con 112,641 muertes, es aún más discreta. Comienza con sed inusual, cansancio persistente, hambre constante o la necesidad urgente de orinar con más frecuencia. Parecen malestares comunes. En realidad, son el metabolismo pidiendo tregua.
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Los tumores malignos —95,237 vidas perdidas— tampoco llegan sin advertencias: un bulto que no desaparece, un lunar que cambia, un sangrado que inquieta. Señales mínimas que requieren un tipo de atención que México ha pospuesto por años.
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Y luego está el hígado, el gran trabajador silencioso. En 40,704 casos, su colapso se anunció con ictericia, náuseas o inflamación abdominal, síntomas que muchos confundieron con algo pasajero.
La compasión también es mirar lo que duele
Hay territorios del cuerpo donde el silencio pesa más.
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El cáncer de próstata —7,500 muertes al año— sigue envuelto en prejuicios que retrasan su diagnóstico. Dificultad al orinar, dolor pélvico o sangre en la orina son señales que muchos hombres callan por miedo, vergüenza o orgullo.
El cáncer de mama, responsable de 8 mil 034 muertes, suele dar avisos visibles: un bulto nuevo, hundimientos, cambios en la piel, secreciones inusuales. Pero familiaridad no es lo mismo que revisión; el cuerpo habla, pero no siempre se escucha.
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En todos estos escenarios, la compasión deja de ser una virtud abstracta para convertirse en una práctica concreta: atender lo que incomoda, lo que inquieta, lo que no se siente bien.
Un país que necesita escucharse
México no sufre por falta de información; sufre por falta de escucha. Durante décadas, el dolor físico y el malestar emocional se interpretaron como debilidad personal, no como advertencias biológicas. El resultado está en cada estadística.
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El mensaje del Día Mundial de la Compasión es simple y radical: cuidarse es un acto profundo de humanidad. No es un lujo. No es egoísmo. No es un gesto menor.
Es reconocer que la vida depende tanto de los avances médicos como de la intimidad de prestarse atención.
Escuchar al cuerpo —su respiración, su ritmo, sus cambios— no garantiza evitar la enfermedad. Pero sí aumenta las posibilidades de llegar a tiempo. Y llegar a tiempo, para miles de personas, es la diferencia real entre vivir o morir.
La compasión empieza por una pregunta sencilla
“¿Cómo me siento hoy?”
La respuesta no siempre será cómoda.
Pero en un país donde el silencio ha costado tantas vidas, hacerse esa pregunta quizá sea el primer acto de compasión verdadera.



