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Las dos Claudias, el hilo que bordó la historia

Hasta hace poco, a Claudia Vásquez Aquino la señalaban en el tianguis. “¿No te da pena vender ahí?”, le decían. “¿De qué te sirvió ir a la universidad si terminaste bordando?” “Mira a la licenciada…” Lo que no sabían es que a ella no le daba vergüenza bordar. Que su poder estaba en sostener la aguja entre los dedos, en cada puntada que casi siempre dibuja una flor del Istmo de Tehuantepec, su tierra natal. Su arte trascendió al mundo con el vestido que lució, el primer día de su mandato, la primera mujer Presidenta de México.

Hoy, esas mismas manos que antes fueron motivo de burla, son reconocidas en una dedicatoria escrita de puño y letra por la Presidenta:

 

 

 

Para la tocaya Claudia, una artesana extraordinaria.

Sus manos brillaron en el mundo entero.

Y brillan y seguirán brillando.

Gracias, gracias, gracias.

—Claudia Sheinbaum.”

El encuentro

Casi medio año después de que Sheinbaum vistió aquel vestido color marfil bordado por Vásquez Aquino, el destino volvió a unirlas. El pasado 21 de marzo, bajo el sol oaxaqueño, Claudia Vásquez llegó desde temprano al evento conmemorativo del natalicio de Benito Juárez, en Santa Catarina Ixtepeji, a una hora de la capital del estado.

Esperó más de ocho horas entre la multitud, apretada contra una valla que le llegaba al cuello.

Cuando la presidenta pasó frente a ella, gritó con todas sus fuerzas:

—“¡Presidenta, Presidenta, yo soy la artesana que hizo su vestido!”

Sheinbaum volteó, la reconoció y regresó.

Se abrazaron fuerte, como si se conocieran desde antes. “De alma a alma”, dice Clau, que así fue como la sintió mientras rompía en llanto.

Ya sabes que soy bien chillona”, dice entre risas en entrevista con Excélsior.

Lo que más le sorprendió fue la sencillez del mensaje presidencial:

Yo pensé que iba a ser muy formal —cuenta—, pero comenzó con un ‘tocaya’. Eso me conmovió, su sencillez”.

El legado de su madre

La historia de Claudia no empezó en un taller, sino en una promesa.

Cuando tenía un año enfermó gravemente. Perdió peso, fuerza, y los médicos no hallaban la causa.

Su madre, doña Carmelita, vendió casi todo lo que tenía para llevarla a hospitales y curanderos en Juchitán.

Fue en la iglesia de Santa Cruz donde le rezó a la Virgen de la Soledad y prometió bordarle un manto si su hija volvía a caminar.

A los cinco años, Claudia dio sus primeros pasos.

Doña Carmelita cumplió su promesa. Con cada puntada sembró el destino: el bordado sería su camino y su milagro.

El bastidor nunca faltaba en la casa —recuerda Clau—. Todos nos sentábamos alrededor de mi mamá. Éramos muy pobres, pero muy felices aprendiendo nuestra herencia.”

Doña Carmelita murió hace apenas cuatro meses, de manera repentina.

Se fue orgullosa de mí —dice Clau—. Este proyecto era suyo también. Por eso cuando bordo, la siento cerquita, en cada flor.”

De las burlas al reconocimiento

Después de estudiar Administración de Empresas, Claudia trabajó en oficinas donde se burlaban de su origen zapoteco.

“Ya llegó la del rancho”, le decían. “Se sentía de la fregada que te lo dijera tu propio jefe”, recuerda.

Renunció. Y volvió a su raíz.

Montó su primer puesto bajo una sombrilla de jardín y lo llamó Lari guié, que en zapoteco istmeño significa “tela o lienzo bordado”.

Durante años fue rechazada en ferias y convocatorias. Hasta 2023, cuando por fin la aceptaron en una expoventa del Zócalo de la Ciudad de México.

En ese rincón, entre hilos y huipiles, su vida cambió: un integrante del equipo de Sheinbaum vio su trabajo. Poco después recibió una llamada para bordar un vestido. No sabía que sería el vestido que cruzaría fronteras.

El día que sus manos bordaron historia

El paquete llegó con remitente de Presidencia: una tela de algodón color marfil.

Clau bordó durante tres días sin dormir. En total, 140 flores: crisantemos, margaritas, tulipanes y flores de campo de Santa María Xadani, su tierra.

Quería mostrarle a la Presidenta cómo es mi pueblo”, dice.

A ese modelo lo bautizó Las dos Claudias.

El 1 de octubre vio la transmisión desde su “cuevita”, su taller en la zona conurbada de Oaxaca.

Cuando Sheinbaum apareció en cadena nacional con su vestido, Clau lloró.

Lloró por su madre. Por su pueblo. Por todas las artesanas invisibles.

Ese día, el bordado dejó de ser un oficio silencioso para convertirse en un símbolo del amor por las raíces, la herencia y el legado femenino.

Desde entonces, el nombre de Claudia Vásquez Aquino cruzó fronteras.

Su agenda está llena hasta el primer trimestre de 2026. Puso su propio taller, donde trabajan sus hermanos y hermanas.

El sueño de su madre —que su arte fuera conocido en todo el mundo— se está cumpliendo.

Ya ha enviado piezas a Japón, Estados Unidos y ahora prepara un envío a Dinamarca.

“Hasta una secretaria de Seguridad en Los Ángeles usó el mismo diseño de Las dos Claudias, pero en tela negra”, cuenta con orgullo.

La ausencia de su madre se volvió motor y propósito. Dar a conocer al mundo su herencia familiar es su forma de seguir cumpliendo la promesa de doña Carmelita.

Es un motivo muy grande que me va a permitir no rendirme, dice, porque a mi mamá no le gustaría eso: que nos rindiéramos.”

 

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