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Los algoritmos que regatean precios (y quiebran empresas) por ti

 

 

OpenAI lanzó recientemente Instant Checkout: un botón incrustado en ChatGPT que permite comprar en Etsy o Shopify sin abandonar el chat. El descubrimiento del producto, la recomendación personalizada y el pago se condensan en una sola interacción.

Es un gesto mínimo, casi invisible. Pero detrás de él se esconde una mutación histórica: el comercio electrónico dejaría de comenzar en Google o en la página de inicio de Amazon; empezaría en la conversación con una IA. En el capitalismo de nuestros días, el punto de origen de la experiencia es tan importante como el producto mismo. Controlar ese primer paso significa controlar la ruta entera.

Eso ya lo sabían los dueños del dinero. Ahora quieren llevarlo a otro nivel.

 

OpenAI no busca ser una tienda ni una plataforma de catálogos como Shopify. Su apuesta es convertirse en el portero de la intención de compra. Y quiere hacerlo con sus agentes. El Agentic Commerce Protocol (ACP), liberado como código abierto, funciona como una invitación a establecer un estándar global. Google no se quedó de brazos cruzados y ya respondió con su propio AP2.

La batalla no es por la tienda, sino por la llave que abre las tiendas.

En este escenario, la visibilidad de un producto deja de depender del SEO o del ranking en Amazon. Depende de la decisión de un algoritmo. El comercio conversacional, si se instala entre nosotros como pretenden las nuevas propuestas, inaugura una nueva forma de dependencia.

El pacto de confianza trastocada

Al usarla para comprar, el consumidor deposita en la IA una fe doble: que encontrará el mejor precio y que filtrará la mejor calidad. Pero no podemos obviar un hecho: la industria ya usa desde hace tiempo la IA para algo opuesto, que es extraer el máximo margen posible de cada transacción, con las “tarifas dinámicas”.

¿Cómo se sostiene esta paradoja? ¿Cómo confiar en un jugador que juega para los dos bandos? La promesa de imparcialidad en la recomendación convive con un modelo de negocio que cobra comisión por cada venta. La confianza debería ser moneda, y la transparencia condición de supervivencia. Pero quien gestiona el precio por mí ganaría más por un precio más alto. ¿Entonces?

El precio en las operaciones en línea no es un número fijo desde hace tiempo. Es un flujo. Un sistema dinámico que se mueve en función de tu historial de compras, del clima en tu ciudad o de la hora exacta en que decides cerrar la transacción. Vivimos en una “sociedad de la optimización” donde incluso el precio se ajusta en tiempo real como si fuera un organismo vivo.

McKinsey estima que las empresas que adoptan precios inteligentes aumentan sus márgenes hasta en 8%. Bien por ellas. Buen uso de la IA. Pero para una pyme mexicana, incapaz de usar esa agilidad algorítmica, el terreno de juego se vuelve inclinado

Lo que para un consumidor parece eficiencia, para el mercado implica asimetría. La pregunta no es si pagaremos menos o más, sino si entenderemos por qué pagamos lo que pagamos.

Los condenados a mirar desde fuera

La narrativa optimista repite que la IA democratiza. La evidencia muestra lo contrario. Amazon, Alibaba o Mercado Libre acumulan datos que funcionan como murallas: sus data moats. Entrenar un algoritmo competitivo sin ese océano de transacciones es casi imposible.

Las PYMES quedan atrapadas en un doble bloqueo: carecen de datos y carecen de capital para contratar el talento técnico que alimenta estas infraestructuras. La inversión global en IA superó los 124,000 millones de dólares en 2024. En ese tablero, la pyme no juega; solo observa.

Nick Bostrom, en Superintelligence, escribió que la concentración de capacidades en unos pocos actores puede “estrechar el espacio de futuros posibles”. Esa frase parece escrita para el comercio digital: la IA no abre horizontes para todos, sino que multiplica la ventaja de quienes ya dominaban el juego.

Más datos generan mejores algoritmos. Mejores algoritmos ofrecen mejor experiencia. Mejor experiencia atrae más clientes. Más clientes generan más datos.

Este círculo virtuoso, descrito como flywheel effect, convierte cada clic en combustible para el dominio de los gigantes. Amazon lo perfeccionó hasta el extremo: un sistema que se autoacelera y que deja a los competidores en posición reactiva.

Lo irónico es que, a diferencia del “dilema del innovador” descrito por Clayton Christensen, ya no aplica más. Las grandes empresas no son las que se ven lentas frente a pequeñas y ágiles organizaciones. Son las primeras en subirse a la ola. Tienen dinero para invertir.

Lo que se vislumbra no son solo chats que cierran ventas, sino agentes que actúan de manera autónoma: encontrar un regalo, planificar un viaje, negociar con proveedores. PwC predice que estos “trabajadores digitales” podrían duplicar la fuerza laboral de una empresa.

El futuro de la logística no es una cadena, sino una red que se reorganiza sola, como Internet enruta el tráfico cuando un nodo falla. Gartner proyecta cadenas de suministro capaces de autorrepararse.

Los dilemas éticos surgen: sesgos y desplazamiento laboral, por ejemplo. Ruha Benjamin advierte que los algoritmos no solo reflejan desigualdades sociales, sino que las amplifican. ¿Qué pasará cuando esas desigualdades se codifiquen en los precios, en la logística y en la recomendación misma de qué comprar?

El mercado solía ser un lugar. Luego fue un sitio web. Ahora se está convirtiendo en una conversación.
Pero es una conversación que no ocurre entre compradores y vendedores, sino entre algoritmos que hablan en nombre del cliente y de la empresa.

Comprar será fácil, pero ¿qué tan difícil será decidir por ti mismo sin delegar en la máquina?

 

Lo que la IA le hace ganar al comercio electrónico

Los algoritmos actúan en el comercio electrónico desde hace mucho tiempo. Los hay para varias actividades. Desde la prevención de fraudes (un cliente compra una cantidad desproporcionada en una ciudad inusual) hasta la optimización de la logística (la IA elige el mejor momento para repartir mercancía), la tendencia busca principalmente ahorros.

Hay dos acciones, no obstante, en contraflujo y que tienen un impacto importante en el cliente: la optimización de precios y las sugerencias personalizadas. En ambos casos la mejora no tiene que ver con ahorros, sino con ingresos adicionales.

 

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Las optimizaciones no se detienen y el impacto de los agentes se vislumbra como la próxima gran jugada. Y no tomará mucho tiempo, de acuerdo con predicciones de especialistas.

 

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AF

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