Estatal

El Grito que une

Cada noche del 15 de septiembre, México vuelve a nacer. Ese momento en que la campana resuena, la bandera ondea y la voz del pueblo se eleva al unísono con un grito que atraviesa plazas, calles y corazones, es el eco de nuestra independencia, pero también la base de nuestra identidad.
México revive uno de los momentos más trascendentes de su historia. No es solo la conmemoración de un inicio bélico en 1810, sino la búsqueda de un anhelo profundo: ser libres y dueños de nuestro destino.
El Grito de Dolores de Miguel Hidalgo fue más que una arenga; fue la chispa que encendió la esperanza de un pueblo cansado de la opresión y de las cadenas coloniales. En aquel amanecer de septiembre no había certezas de victoria, ni organización militar suficiente, pero sí una convicción poderosa: la independencia no se pide, se conquista.
La Independencia no fue inmediata ni sencilla. Fueron once años de sacrificio, de derrotas y victorias, de traiciones y gestas heroicas, de guerreros que dieron su vida y de un pueblo que aprendió a reconocerse en medio del dolor. Más allá de la fecha, lo que heredamos es un mandato, el de defender la libertad todos los días.
El Grito no es solo pasado histórico. Es culto, es fiesta, es símbolo, es presente. Es la chispa que enciende el orgullo de ser mexicanos, que nos recuerda que tenemos una raíz común que nos enlaza: la patria.
Por un día, todos somos uno. Hacemos a un lado nuestras diferencias ideológicas, de afiliación política, de orientación religiosa, de origen social y de color de piel. La polarización, las fronteras invisibles que nos separan, parecen desdibujarse. El verde, el blanco y el rojo pintan los mismos rostros y ondean en los mismos estandartes. Todas y todos levantamos la voz con la misma fuerza, porque el Grito es también herencia y promesa: lo que recibimos de quienes lucharon por México, y lo que entregaremos a quienes vendrán.
El rito de reunirse en la plaza, de escuchar el repique de las campanas, de gritar “¡Viva México!”, es mucho más que un protocolo oficial. Los pueblos necesitan símbolos que los unan, rituales que los identifiquen. Y nuestras fiestas patrias cumplen esa función vital.
Que este Grito sea un llamado a la esperanza y a la unión. Que nos ayude a recordar que México es más grande cuando su gente camina de la mano, cuando reconoce que sus diferencias no nos dividen, sino que nos fortalecen.
Cada septiembre, el Grito vuelve a convocarnos. No es únicamente la conmemoración de un hecho histórico; es la confirmación de que seguimos siendo capaces de soñar juntos, de celebrar juntos, de gritar juntos. Y mientras esa voz colectiva siga viva, México seguirá siendo una nación que late con un mismo corazón.
Y así, cada septiembre, la patria vuelve a ser canto. Un canto que no pertenece a uno, sino a todos. Un coro de voces que, como río desbordado, se une en un mismo cauce para gritar con el pecho hinchado: ¡Viva México!

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