Ana Cristina Barragán, una historia de silencios que ahora resuena en Venecia

En medio de los reflectores del cine europeo, una voz suave, ecuatoriana y femenina irrumpe sin estruendo en la Mostra de Venecia. No busca gritar, sino sugerir. Ana Cristina Barragán, cineasta de 38 años nacida en Quito, llega con su tercera película, Hiedra, para dejar una huella silenciosa pero firme en la sección Horizontes del festival. El filme habla de abandono, de heridas de infancia, de racismo y de ternura. Como ella misma ha dicho: “Me interesa lo que no se puede decir”.
Es también la primera vez en 26 años que Ecuador logra posicionar un largometraje en la Mostra, desde el recordado estreno de Ratas, ratones, rateros, de Sebastián Cordero, en 1999. El regreso lo firma una mujer que ha hecho de los márgenes un lenguaje y del silencio, una forma de narrar.
De Quito al mundo: una infancia que observa
Nacida en Quito en 1987, Ana Cristina Barragán creció en un entorno urbano donde la desigualdad, la discriminación y los vínculos familiares complejos no eran ajenos. Aunque no suele hablar públicamente de su vida personal, ha compartido en diversas entrevistas que su cine está profundamente ligado a su historia emocional.
:quality(75)//media/inside-the-note/pictures/2025/09/03/cineasta_hiedra_1.jpg)
“Mis películas no son autobiográficas, pero sí profundamente personales”, ha dicho. Y es que en Alba, La piel del pulpo y ahora Hiedra, hay niñas y niños que miran sin entender del todo, pero que intuyen. Hay cuerpos que se expresan sin palabras, emociones atrapadas en silencios que duelen. Hay soledad, pero también una búsqueda insistente de afecto.
Barragán estudió Cine en la Universidad San Francisco de Quito, y desde sus primeros ejercicios narrativos quedó claro que no haría cine complaciente. Su sensibilidad la llevó a interesarse por historias invisibles, alejadas de las grandes capitales, protagonizadas por jóvenes, mujeres o comunidades racializadas.
Formada también en laboratorios y residencias internacionales como Cinéfondation del Festival de Cannes y La Fabrique Cinéma del Institut Français, Barragán comenzó a moldear un estilo autoral: introspectivo, contemplativo, lleno de símbolos, pero también cargado de un realismo emocional que nace de lo más íntimo.
Alba, la niña que apenas habla
Su ópera prima, Alba (2016), se convirtió en un referente del cine latinoamericano contemporáneo. El filme cuenta la historia de una niña de 11 años, tímida e hipersensible, que debe mudarse con su padre enfermo tras la hospitalización de su madre. Sin música incidental y con una cámara que observa en planos largos, Alba muestra cómo una niña “se acomoda” a un mundo que no está hecho para ella.
:quality(75)//media/inside-the-note/pictures/2025/09/03/518283360_10161548052958364_7926623412981146037_n_1_1.jpg)
La película fue seleccionada en el Festival de Cine de Róterdam, ganó el premio a Mejor Película en el Festival de Lima y fue la candidata de Ecuador al Óscar en 2018. Más allá de los premios, consolidó a Barragán como una directora con voz propia, capaz de explorar temas densos desde una estética lírica.
“El silencio de Alba es el silencio de muchas niñas. Y también el mío”, confesó en una entrevista posterior.
Cine con personas reales
En lugar de buscar actores profesionales, Barragán opta por el casting con personas comunes. Su mirada está puesta en lo que llama “actores naturales”: jóvenes que no actúan, sino que viven frente a la cámara. Esta decisión no solo define el tono de sus películas, sino que responde a una ética de representación.
Para Hiedra, su nuevo largometraje, hizo más de mil 500 castings en diversas localidades. A Deily Ordóñez, quien interpreta a una de las chicas en una casa de acogida, la conoció justamente ahí, en el mismo centro donde filmaron. Deily vivía en ese lugar.
“Uno de los psicólogos nos dijo que ella toda la vida había querido ser actriz. Era su sueño”, cuenta Barragán. Y Deily, de 21 años, lo confirma: “Lo que se cuenta en la película es casi mi vida. En las casas de acogida llegan chicos con historias de abandono, abuso… Yo viví eso”.
Hiedra, una película hecha de heridas
En Hiedra, que compite en la sección Horizontes de la Mostra, dos jóvenes marcados por la ausencia —Azucena y Julio— se reencuentran con su pasado. Ella tuvo que abandonar a su hijo siendo apenas una niña. Él creció sin conocer a sus padres, de casa en casa. La película, protagonizada por la mexicana Simone Bucio y el joven Francis Eddú Llumiquinga, no solo retrata sus historias, sino que explora lo que sucede cuando dos personas rotas se encuentran y deciden, pese a todo, acercarse.
La película es también una crítica implícita a la sociedad ecuatoriana, marcada por el racismo estructural y la desigualdad.
:quality(75)//media/inside-the-note/pictures/2025/09/03/cineasta_3_1.jpg)
“El racismo es uno de los grandes problemas de Ecuador, y atraviesa la película: la diferencia de poder y de privilegios”, señaló la directora durante la presentación en Venecia.
El personaje de Julio, interpretado por Eddú —a quien Barragán conoció en el Centro del Muchacho Trabajador, en Quito—, representa esa sensibilidad sin recursos emocionales, una constante en su cine. “Eddú tiene algo que casi ninguno tenía: es muy inteligente, pero también muy sensible”, dice.
La ternura como resistencia
Lejos de caer en el miserabilismo, el cine de Barragán se apoya en la ternura como acto político. En sus películas, la ternura no es cursi ni complaciente, sino una herramienta de sobrevivencia para quienes han sido heridos por el abandono, la pobreza o la indiferencia.
“El abandono siempre ha estado en mi trabajo”, ha dicho. Pero no como una condena, sino como una grieta desde donde nace otra forma de ver el mundo: más empática, más justa, más humana.
Su forma de trabajar es también una muestra de coherencia ética. Los jóvenes actores aportan a los guiones, reescriben diálogos, improvisan, opinan. “Muchos de los chistes y frases vienen de ellos. Fue un trabajo colaborativo”, recuerda. “Obviamente, son adolescentes: algunos se gustaron, hubo conflictos… pero fue hermoso. Se generó un lazo muy fuerte entre ellos y también conmigo”.
Un cine que incomoda y abraza
Barragán ha sido comparada con cineastas como Lucrecia Martel, por su manera de retratar cuerpos y silencios, y con Céline Sciamma, por su sensibilidad hacia la infancia y la identidad. Pero su cine no es derivativo. Tiene una voz propia, andina, femenina, radicalmente honesta.
No es casual que Ecuador haya regresado a Venecia de su mano. Ni que la prensa internacional la reconozca como una de las cineastas más interesantes de América Latina. En una industria dominada por discursos estridentes, su apuesta por lo íntimo, lo poético y lo emocional tiene una fuerza que no necesita alzar la voz para hacerse escuchar.
A veces, el cine más valiente es el que se atreve a mirar el dolor sin convertirlo en espectáculo. El que reconoce que, detrás de cada abandono, hay una historia. Y detrás de cada historia, una posibilidad de ternura.
Ana Cristina Barragán no grita. Filma.
América Latina, presente
Ana Cristina Barragán llega a la edición 81 del Festival Internacional de Cine de Venecia en un momento clave para el cine ecuatoriano, marcado por la escasa representación internacional del país. La sección Horizontes (Orizzonti), donde compite Hiedra, es una categoría enfocada en nuevas corrientes estéticas del cine mundial, reservada a propuestas innovadoras y autorales. Esta misma sección ha sido plataforma de lanzamiento para cineastas como Lav Diaz o Radu Jude, lo que da cuenta del nivel curatorial al que ha accedido la realizadora quiteña.
Hiedra forma parte de un grupo reducido de filmes latinoamericanos seleccionados este año en la Mostra. Junto a producciones de Argentina y Brasil, representa una presencia mínima pero significativa. Según datos de La Biennale di Venezia, en la edición 2025 solo cuatro largometrajes provenientes de América Latina están presentes en secciones oficiales, lo que resalta el valor del logro de Barragán dentro de un ecosistema fuertemente eurocéntrico.
La prensa internacional ha elogiado Hiedra por su “realismo emocional y belleza formal”. Cineuropa destacó la película como “una de las más conmovedoras del festival”, mientras que Screen Daily resaltó la dirección de actores como “una lección de contención y verdad”. Esta recepción la posiciona como posible candidata a premios en su sección, aunque los resultados se anunciarán oficialmente el 7 de septiembre.