¿Por qué nos atraen las personas que se parecen a nosotros?

Seguro te ha pasado: un amigo te presenta a su nueva pareja y de inmediato piensas “¡se parecen un montón!”. No es coincidencia. Psicólogos, sociólogos y hasta neurólogos han estudiado este fenómeno y coinciden en algo: solemos sentirnos atraídos por personas que nos resultan familiares… incluso si eso significa vernos reflejados en ellas.
La magia de lo familiar: amamos lo que ya conocemos
El psicólogo Robert Zajonc lo explicó en los años 60 con su famosa teoría del “efecto de mera exposición”: cuanto más vemos algo, más atractivo nos parece. ¿Y qué rostro has visto más veces en tu vida? Exacto, el tuyo.
Por eso, cuando nos cruzamos con alguien que comparte ciertos rasgos —ojos, sonrisa, gestos— nuestro cerebro lo interpreta como algo confiable. Según un estudio publicado en Psychological Science, los rostros con similitudes al nuestro generan mayor simpatía y atracción inmediata.
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Un guiño de la evolución: seguridad en la sangre
La biología también tiene algo que decir. Investigaciones en Evolution and Human Behavior sugieren que buscar parejas con rasgos parecidos podría ser un mecanismo de supervivencia. La lógica es simple: lo familiar da estabilidad, lo desconocido puede ser un riesgo.
Eso no significa que busquemos un clon, sino un “aire de familia” que inconscientemente nos hace sentir seguros.
Más allá del físico: parejas que piensan igual
Aquí entra un concepto sociológico llamado homogamia: tendemos a emparejarnos con gente de un nivel educativo, cultural y social parecido. El Journal of Personality and Social Psychology comprobó que esto ayuda a que las relaciones sean más estables.
En otras palabras: además de caras que se parecen, buscamos vidas que encajen.
Lo familiar también puede doler
Pero ojo, no todo es tan romántico. La antropóloga Helen Fisher, experta en neurociencia del amor, advierte que la familiaridad a veces nos engancha con patrones dañinos. Es decir, si crecimos en un ambiente complicado, podemos terminar eligiendo parejas que repitan esas dinámicas porque nuestro cerebro lo interpreta como “normal”.
Lo conocido da calma… aunque no siempre sea lo más sano.
¿Destino o simple biología?
Al final, enamorarnos de alguien que se parece a nosotros no es un capricho del destino, sino un cóctel de biología, psicología y costumbres sociales. Nuestro cerebro busca lo que conoce, lo que le da paz y lo que asegura cierta compatibilidad.
Así que, la próxima vez que escuches: “se parecen mucho”, sonríe. Quizá no sea casualidad, sino una prueba de que el amor también es un espejo en el que nos reconocemos.