Internacional

¿Por qué el hegemónico PLD perdió las elecciones al Senado en Japón?

La derrota del PLD en la cámara alta japonesa revela el hartazgo ciudadano con la inflación, los escándalos internos y la irrupción del partido ultraderechista Sanseito.

Un tsunami de descontento económico, fatiga política y populismo emergente quebró este verano la hegemonía de casi siete décadas que el Partido Liberal Democrático (PLD) ejercía sobre la cámara alta japonesa.

La coalición gobernante de Shigeru Ishiba obtuvo solo 47 de los 50 escaños que necesitaba para retener la mayoría, mientras la oposición y, sobre todo, el ultranacionalista Sanseito capitalizaban el malestar por la inflación, los escándalos de corrupción y la sensación de que Tokio cedía demasiado ante la presión arancelaria de Washington.

La derrota abre una etapa de inestabilidad: dentro del PLD afloran voces que piden la dimisión de Ishiba y la oposición evalúa una moción de censura. ¿Cómo llegó el partido que ha moldeado la posguerra japonesa a este punto de desgaste?

 

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¿La inflación y los aranceles fueron determinantes?

Desde la primavera, el costo de la vida se convirtió en el termómetro electoral decisivo. El encarecimiento del arroz —alza de hasta 18 % en Tokio— y de bienes básicos erosionó la popularidad del primer ministro.

La causa inmediata fue la amenaza de Donald Trump de aplicar aranceles del 25 % a las importaciones japonesas, medida que, de concretarse el 1 de agosto, encarecería desde piezas de automóvil hasta electrónica de consumo. El propio Ishiba reconoció tras la debacle que su prioridad es “hablar directamente con el presidente estadunidense” para frenar la ola inflacionaria.

Pero la ciudadanía percibe que las negociaciones se han estancado: el jefe negociador Ryosei Akazawa viajó a Washington por octava vez en tres meses sin anunciar avances.

 

“Si hubieran resuelto al menos uno de estos problemas, el índice de aprobación habría mejorado”, decía un votante en Shinjuku el lunes pos-electoral al portal World Socialist Web Site. Lejos de eso, los bonos públicos se desplomaron antes de la votación y el yen se apreció, reflejo de la incertidumbre económica.

La propia narrativa fiscal del PLD jugó en su contra. Frente a la promesa de moderación presupuestaria, los partidos rivales ofrecieron recortes de impuestos y subsidios a energía y alimentos. El mensaje caló en un electorado envejecido y altamente sensible a los precios, sobre todo después de que el Banco de Japón indicara que no subiría tipos para contener la inflación.

 

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¿Por qué piden ‘la cabeza’ de Ishiba?

El golpe económico se sumó a un desgaste político incubado desde 2024, cuando un escándalo de financiación ilícita salpicó a varios parlamentarios del PLD y forzó la convocatoria de elecciones adelantadas que el partido también perdió.

Aunque Ishiba prometió “reformas internas” y mayor transparencia, las investigaciones se alargaron y la percepción de impunidad se consolidó. La prensa reveló pagos opacos en la campaña de 2022 y la Fiscalía investiga sobresueldos a asesores legislativos.

Dentro del partido, figuras como el exprimer ministro Taro Aso aprovecharon la noche electoral para cuestionar el liderazgo. Según TV Asahi, Aso declaró que “no podía aceptar” la continuidad de Ishiba. Otros barones reclaman una convención extraordinaria y sugieren un pacto con la oposición moderada para aprobar estímulos fiscales, opción que el primer ministro rechaza de momento.

 

El desgaste se manifestó también en la cámara baja, que el PLD perdió en 2024, obligándolo a gobernar en minoría apoyado puntualmente por Komeito —vinculado a los budistas Sōka Gakkai—. La reiteración de derrotas cimentó la idea de un ciclo político agotado: la espontánea etiqueta “el PLD no escucha” sumó millones de menciones en X durante la campaña, según datos de la Universidad de Keio.

El opositor Partido Democrático Constitucional (CDPJ), por su parte, creció hasta 22 escaños y coquetea con una moción de censura. Aunque carece de mayoría, podría atraer a disidentes del PLD hartos de la parálisis.

 

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¿Cómo ascendió el Sanseito?

El factor sorpresa de la noche fue Sanseito, que pasó de un escaño a 15 y se convirtió en el tercer bloque de la cámara alta. Nacido en YouTube durante la pandemia, el partido de Sohei Kamiya capitalizó el descontento con un mensaje “Japonés Primero”, oposición a las vacunas obligatorias y alerta sobre una “invasión silenciosa” de inmigrantes.

Su campaña combinó directos virales, mítines multitudinarios y merchandising inspirado en los populistas europeos AfD (Alternativa para Alemania) y Reform UK, que Kamiya cita como referentes.

El éxito de Sanseito muestra que Japón ya no es inmune al populismo ultraderechista que ha permeado Occidente. Analistas señalan que sus votantes son varones de entre 30 y 50 años, profesionales precarizados y desencantados con los “clanes” del PLD. Para Oxford Economics, la fragmentación “podría conducir a un cambio de liderazgo o a la reorganización de la coalición” en los próximos meses.

 

El propio Ishiba reconoció que deberá negociar con la oposición “para abordar la inflación”, pero advirtió que los recortes fiscales propuestos por CDPJ y Sanseito “no traerán alivio inmediato”. Sin embargo, en círculos empresariales crece la presión para un estímulo que amortigüe el golpe arancelario: Keidanren, la influyente patronal, sugiere utilizar reservas presupuestarias para subsidiar importaciones clave si Trump mantiene los gravámenes.

Los comicios también penalizaron la gestión de la relación con Estados Unidos. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, restó importancia a la crisis política y remarcó que Washington busca “el mejor acuerdo para los estadunidenses”. La sensación de que la Casa Blanca usa la amenaza arancelaria como palanca en plena debilidad interna del PLD reforzó la narrativa de oposición: “Ishiba cede ante Trump”, repetía Sanseito en sus spots.

Paradójicamente, la alianza Tokio-Washington sigue siendo descrita por el Departamento de Estado como la “piedra angular” del Indo-Pacífico. Pero la opinión pública cuestiona el costo: encuestas de NHK indican que el 62 % cree que Japón debería “resistir” los aranceles, aunque ello afecte la relación estratégica.

 

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¿Ahora qué sigue?

Con el Parlamento dividido, Ishiba tiene dos salidas: impulsar un paquete de alivio financiero y blindar su liderazgo en el congreso del PLD de otoño, o dimitir y convocar a elecciones internas. De momento, descarta ampliar la coalición y confía en convencer a minorías para aprobar presupuestos. Pero la combinación de inflación, presión estadounidense y populismo en auge complica su hoja de ruta.

Si la moción de censura prospera —el CDPJ la estudia en coordinación con Sanseito—, Japón podría encarar un nuevo adelanto electoral a inicios de 2026. En ese escenario, los analistas temen que la retórica antiinmigración de Sanseito condicione aún más el debate y fuerce al PLD a derechizarse para recuperar votantes.

Para la economía japonesa, el riesgo es doble: un limbo fiscal que retrase la aprobación de estímulos y una escalada arancelaria que encarezca las importaciones justo cuando la inflación alcanza máximos de 40 años. Standard & Poor’s advierte que, sin un plan creíble de consolidación y crecimiento, la deuda pública —ya superior al 260 % del PIB— se volverá insostenible si suben los tipos globales.

 

En el plano social, los ataques xenófobos de Sanseito inquietan a una sociedad que depende cada vez más de la inmigración para sostener su mercado laboral. El gobierno prevé que, sin trabajadores extranjeros, la fuerza laboral caerá 20 % para 2040. Pero el nuevo partido amenaza con bloquear cualquier reforma migratoria y propone en cambio incentivos de natalidad y robotización.

La pérdida de la mayoría en el Senado revela el agotamiento de la fórmula que permitió al PLD gobernar Japón desde 1955 con escasas interrupciones. Como resume el economista Norihiro Yamaguchi a la agencia AP, “la situación política se ha vuelto fluida”, y el futuro inmediato dependerá de la capacidad del PLD de renovarse, frenar la erosión económica y contener a una oposición fragmentada pero creciente.

Por ahora, la era de la mayoría automática ha terminado, y Japón entra en un territorio político inexplorado donde los pactos —y los precios— decidirán la gobernabilidad.

 

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¿Por qué Japón es “de derechas”?

A grandes rasgos, los resultados confirman que el electorado japonés sigue inclinándose hacia fuerzas de derechas por motivos estructurales y culturales muy arraigados.

Primero, el Partido Liberal Democrático (PLD) conserva un denso entramado clientelar forjado en la posguerra: en distritos rurales, donde el envejecimiento y la despoblación son más acusados, los votantes dependen de las subvenciones agrícolas, las obras públicas y las redes de patronazgo que reparten los legisladores conservadores, un esquema que la ciencia política describe como “dominancia sobre división”.

Incluso cuando hay desgaste por escándalos o precios al alza, los ciudadanos consideran que ninguna alternativa ofrece la misma “estabilidad” fiscal ni la misma capacidad de repartir recursos locales, lo que refuerza un voto pragmático antes que ideológico Japan Inside.

 

En segundo término, la coalición Komeito–PLD, de raíz budista pero inclinada al centrismo conservador, se beneficia de que amplios sectores asocien la seguridad nacional con políticas de derecha. Las encuestas muestran que la penetración de China en el mar de China Oriental y los misiles norcoreanos han empujado al centro de la agenda el refuerzo militar y la disuasión, campos tradicionalmente monopolizados por los partidos conservadores japoneses.

Al no existir servicio militar ni una memoria reciente de conflicto directo, el votante medio delega en líderes que prometen firmeza externa sin rupturas internas, y eso, otra vez, favorece al bloque gobernante.

El tercer gran actor, Sanseito, capitaliza un descontento económico que el PLD no logra atajar. La prolongada debilidad del yen ha disparado la inflación alimentaria y la sensación de pérdida de poder adquisitivo, caldo de cultivo para discursos “antiglobalistas” y de “primero lo japonés” que mezclan nostalgia identitaria con promesas de aranceles y barreras a la inmigración.

 

Al incorporar teorías conspirativas sobre vacunas y élites, Sanseito atrae a votantes jóvenes que ya no se guían por la clásica división izquierda-derecha —las encuestas muestran que muchos veinteañeros sitúan incluso al Partido Comunista en la derecha del espectro—, lo que evidencia un debilitamiento conceptual de la izquierda tradicional.

Por último, la propia izquierda se halla fragmentada y sin un proyecto económico creíble desde la experiencia fallida del gobierno del Partido Democrático de Japón (2009-2012). Aquel episodio, percibido como caótico y entregado a subidas fiscales impopulares, consolidó la idea de que las fuerzas progresistas carecen de la disciplina interna y la maquinaria municipal necesarias para gobernar la tercera economía mundial, algo que analistas ven como un “vacío estructural” que el PLD llena casi por inercia.

Mientras la oposición no articule un relato de crecimiento con protección social —en lugar de meros recortes tributarios puntuales—, el electorado, mayoritariamente envejecido y propietario de vivienda, seguirá apostando por opciones conservadoras que prometen certidumbre, aun cuando esas mismas opciones hayan sufrido un revés parlamentario.

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