Internacional

Moody’s le rebaja a EU ¿Cómo puede impactar en mis deudas y en el dólar?

Moody’s quitó a Estados Unidos su nota AAA ¿Por qué importa? Tasas, hipotecas, dólar y confianza global pueden moverse.

En la colina del Capitolio, el viernes parecía que se iba a aprobar la “gran hermosa reforma” fiscal de Trump hasta que llegó un mensaje con el sello de Moody’s Ratings. El boletín, tan seco como una minuta contable, contenía un párrafo que altera la psique de los mercados: Estados Unidos deja de ser AAA; desciende un peldaño hasta Aa1.

Una oración del informe resumía la razón: “creemos que [las fortalezas económicas] ya no contrarrestan totalmente la caída de las métricas fiscales”. Con esa frase, la última de las tres grandes agencias que aún concedía a la deuda soberana norteamericana el estatus de perfección acababa de romper un hechizo que duraba hace más de un siglo… desde 1917, para ser precisos.

Si radica o conoce a alquien que vive en Estados Unidos está más pendiente del tipo de interés de su hipoteca que de debates sobre “estabilidad macrofiscal”, esta nota invita a la duda práctica: ¿en qué te toca personalmente esta rebaja? ¿Y si vivo en México, qué significa para mi?

El relato técnico puede parecer lejano; sin embargo, vamos adentrarnos a la vida doméstica estadunidense y en el mundo de las inversiones: en la cuota del crédito estudiantil, en el precio al que se endeuda su ayuntamiento, los bonos del tesoro y, sobre todo, en esa sensación de que algo indescifrable y gigantesco se cruza con la tranquilidad de pagar facturas.

 

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Vayamos al grano… ¿Me va a afectar la baja de Moody’s?

Respuesta corta: Sí, si vives en Estados Unidos… y si inviertes allá. Pero todo con asteríscos.

Más allá de las fronteras estadunidenses, la pérdida del sello AAA se traduce en una reverberación que salta de los tableros de negociación en Tokio a las carteras de los bancos centrales en Bruselas. Para empezar, toda cartera soberana diversificada contiene una porción generosa de bonos: los mantiene porque —aun golpeados— representan la deuda más líquida y profunda del planeta.

Si esa confianza llegara a erosionarse siquiera un grado, los gestores de reservas —de China al Banco Central Europeo— tendrían que recalibrar ratios de riesgo y, eventualmente, exigir un plus de rendimiento. La sacudida se extiende a los prestatarios emergentes que emiten en dólares. Un bono a diez años que pague unos puntos básicos de más eleva el piso sobre el que se construye el cupón colombiano, indonesio o egipcio.

 

Moody’s desliza la aritmética: “Los beneficios crediticios del dólar son de amplio alcance y brindan la extraordinaria capacidad de financiamiento que ayuda al gobierno a financiar grandes déficits fiscales anuales y refinanciar su cuantiosa deuda a costos moderados y relativamente predecibles”.

Si esos “costos moderados” dejan de serlo, los emisores periféricos verán encarecerse la refinanciación de sus propios vencimientos, justo cuando el ciclo de tasas mundiales aún no se ha distendido totalmente. Hay, finalmente, un matiz psicológico: con las tres grandes agencias alineadas —S&P en 2011, Fitch en 2023, Moody’s en 2025— el estatus de Estados Unidos como “estándar de oro” queda simbólicamente perforado.

 

Este cambio significa que Estados Unidos ya no goza de una calificación crediticia de primer nivel totalmente estable otorgada por ninguna de las principales agencias por primera vez en más de 100 años. Los manuales de gestión de riesgos, que se escribieron asumiendo la infalibilidad de la nota AAA norteamericana, tendrán que introducir un asterisco.

Y los activos refugio —el oro, el franco suizo, incluso el bitcoin— podrían recibir flujos de inversores que hasta ayer juraban fidelidad exclusiva al bono del Tesoro.

 

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  • ¿Subirán mis intereses mañana mismo?

Probablemente no mañana. Los mercados anticipaban cierta presión, pues Fitch y S&P ya habían rebajado. El viernes, minutos después de conocerse la noticia, los futuros del Tesoro apenas se movieron.

La rebaja es más un segundo aviso que un meteorito. Pero si la espiral fiscal sigue su curso —déficits al 9 % del PIB, pagos de intereses absorbiendo un tercio de los ingresos en 2035—, los inversores pedirán rentabilidades crecientes. En lenguaje llano: es un goteo que puede hacer que su próxima hipoteca sea más cara que la que tiene ahora.

 

  • Si tengo ahorros en EU ¿Peligran?

Las acciones tienden a temer la incertidumbre, pero el mercado de renta variable suele digerir las rebajas soberanas con rapidez. Tras el recorte de S&P en 2011, el S&P 500 cayó casi un 7% en la primera sesión pero recuperó terreno en semanas.

El problema no es tanto el sell-off puntual como la turbulencia prolongada si los rendimientos suben. Un bono más atractivo puede restar apetito a acciones de crecimiento; a la inversa, un dólar que se fortalezca por efecto de refugio (sí, la paradoja de que la rebaja impulse la demanda) puede reducir las ganancias de empresas exportadoras. La diversificación sigue siendo la estrategia defensiva.

 

  • ¿Esto afecta a mis deudas estudiantiles en EU?

Los préstamos federales a estudiantes tienen tipos fijos y se actualizan cada julio según la subasta de bonos. Un entorno de mayores rendimientos coloca la vara más alta para la cohorte que solicite financiación en 2025 o 2026. Si Moody’s se equivocara y los déficits se redujeran, el efecto sería inverso. Pero el escenario base —déficit creciente y mayor carga de intereses— inclina la balanza hacia préstamos algo más caros.

 

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EU lleva años endeudándose ‘sin fondo’

Moody’s no actuó por capricho coyuntural. La firma alude a “más de una década de aumento de la deuda gubernamental y de los ratios de pago de intereses”. Es decir: el Departamento del Tesoro —el organismo fiscal de Estados Unidos— emite bonos para cubrir déficits crónicos; los intereses de esa montaña de títulos crecen; el coste de servirla engulle un trozo cada vez mayor del presupuesto federal.

La agencia proyecta un déficit equivalente al 9% del PIB para 2035, frente al 6.4% registrado el año pasado.

El economista jefe de Moody’s, Mark Zandi, añade un matiz inquietante: “extender los recortes de impuestos de 2017 del presidente Donald Trump […] añadiría 4 billones de dólares al déficit”. El cálculo coincide con el recetario que se cuece en la Cámara de Representantes, bajo la etiqueta de ‘One Big Beautiful Bill Act’ (“Un Gran y Hermoso Proyecto de Ley”, sí así se llama), un paquete que “añadiría 3.3 billones de dólares a la deuda nacional”.

 

Alguien ya intentó antes que Trump: Liz Truss

La algarabía partidista saltó de inmediato. Desde la Casa Blanca, el portavoz Kush Desai acusó a la “administración Biden” de haber dejado un “desastre” y defendió el plan republicano para “poner orden en nuestra casa”. En la otra cámara se escuchó la voz del líder demócrata Chuck Schumer: la rebaja “debería ser una llamada de atención para Trump y los republicanos”.

El Comité para un Presupuesto Federal Responsable (CRFB), un think tank con la cabeza fría para las metáforas crueles, tituló su análisis “¿El momento Truss de Estados Unidos?”. La referencia es clara: en 2022, la premier británica Liz Truss anunció recortes de impuestos sin financiación.

Moody’s degradó la perspectiva del Reino Unido; los mercados castigaron la libra esterlina; y Truss dimitió tras seis semanas. El paralelismo, advierte el comité, sugiere que los mercados pueden perdonar muchas cosas, pero no la percepción de una aritmética imposible.

 

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El efecto en cadena: del Tesoro a tu hipoteca

¿Qué ocurre cuando se empaña la confianza de los inversores en la deuda más demandada del planeta? La primera consecuencia suele ser un aumento de los rendimientos de los bonos del Tesoro, porque el riesgo percibido necesita una prima. Es decir, si los préstamos se encarecen para el gobierno federal, lo mismo podría ocurrir con los hogares que solicitan hipotecas, tarjetas de crédito o préstamos para pequeñas empresas.

El tramo de referencia es el bono a diez años; cuando su rendimiento sube, las tasas hipotecarias fijas tienden a imitar la curva. En octubre pasado, antes de la rebaja, la Tasa Hipotecaria a 30 años rondaba el 7.5 %. Un repunte adicional de treinta o cuarenta puntos básicos puede traducirse en decenas de miles de dólares extra en intereses durante la vida del crédito. El impacto es gradual, pero persistente.

 

Tampoco conviene olvidar la maraña de deuda municipal y corporativa que se fija al termómetro del Tesoro. Las ciudades que financian escuelas o transporte emiten bonos referenciados a la curva federal; un pequeño encarecimiento se cuela en el impuesto local o en el precio del pasaje del metro.

Por ahora, un amortiguador histórico frena la catástrofe: el dólar sigue siendo la moneda de reserva mundial. Moody’s subraya esa “fortaleza crediticia excepcional” y otorga a Estados Unidos una perspectiva estable. La agencia confía, dice, en la “larga trayectoria de una política monetaria muy eficaz, liderada por una Reserva Federal independiente”.

Pero ese placebo institucional no es eterno. El presidente Trump ha insinuado que podría despedir a Jerome Powell si no se alinea con sus prioridades. La amenaza, sea real o un teatro, contiene un recordatorio: la triple A dependía, en última instancia, de la convicción mundial de que la política estadunidense era predecible.

 

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Un callejón sin salida política

El factor que más alarma a las agencias no es exclusivamente contable; es la parálisis partidista. Moody’s cita la “incapacidad de las sucesivas administraciones para abordar la deuda” y la “creciente polarización política”. Fue ese empantanamiento el que llevó a Fitch a rebajar en 2023 y a S&P en 2011.

Un país con un sistema de techo de deuda singular —una bomba de relojería legislativa— necesita acuerdos periódicos para elevar su capacidad de endeudamiento. Cada negociación termina, invariablemente, al borde del abismo.

 

El viernes, la prueba quedó a la vista: el megaproyecto fiscal republicano quedó varado en comité pese a la presión presidencial. Ni recortes de Medicaid exigidos por conservadores ni subida de impuestos propuesta por progresistas lograron consenso. Moody’s ve “pocas señales de que los legisladores estén dispuestos o sean capaces de revertir el rumbo”.

Aun así, la rebaja llega con un rescate retórico. Moody’s insiste en que Estados Unidos “mantendrá la eficacia de la política monetaria y macroeconómica” y que “el respeto al estado de derecho se mantendrá prácticamente sin cambios”. Esa confianza frena nuevas degradaciones. Para recuperar la AAA, la agencia propone “aumentar los ingresos gubernamentales o reducir el gasto”. Un mensaje tan antiguo como la disciplina fiscal, pero que en Washington suena, ahora mismo, en griego.

 

“Cuando la calificación crediticia de Estados Unidos cae, puede afectar las tasas de interés que el gobierno paga por su deuda”. El verbo puede desliza un condicional inflado.

En un universo de capital global ávido de garantías, el Tesoro sigue siendo, con rebaja o sin ella, el activo cero riesgo relativo. Pero la triple corona perdida —S&P en 2011, Fitch en 2023, Moody’s en 2025— erosiona el mito del estándar de oro. Y los mitos, en economía, sostienen columnas invisibles: la facilidad con la que Bangkok firma un swap de divisas, la prima que Sao Paulo paga por emitir bonos en dólares, el colchón que un banco central mantiene en letras del Tesoro.

 

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¿Qué observar en adelante?

Principalmente, la curva a diez años. Si se consolida por encima del 5%, los efectos en hipotecas y préstamos de automóvil serán visibles. Las subastas del Tesoro. Menor cobertura o rendimientos anómalos indicarían cansancio inversor. También el debate presupuestario. Cualquier indicio de pacto creíble sobre impuestos y gastos puede revertir la narrativa.

La Reserva Federal. Su independencia, puesta en cuestión retóricamente, es el ancla del “Outlook estable”.

 

En 1917, cuando Moody’s otorgó por primera vez la triple A a Estados Unidos, el país financiaba su entrada en la Gran Guerra con Liberty Bonds, un bono acti vado durante la Primera Guerra Mundial, y con un optimismo industrial inédito. Un siglo más tarde, la calificación retrocede un casillero.

La pregunta no es solo cuánto costará endeudarse, sino si el prestigio del dólar —ese intangible que lubricó la Pax Americana— sigue siendo impermeable a la corrosión política. Para el consumidor medio, la respuesta se medirá en puntos base; para la hegemonía, en confianza.

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