Nacional

Cantos, bordados y listones en defensa de los territorios; se unen contra el despojo

Cuando sus comunidades se vieron amenazadas por el turismo, la urbanización, la exploración y explotación minera, habitantes como Felipa, Wilma y Filiberta sabían que sólo unidos y perpetuando las tradiciones podían defender su territorio.

Así, desde zonas alejadas en Oaxaca, Hidalgo, Quintana Roo, Tlaxcala y Guanajuato, decenas de personas, la mayoría mujeres, unieron fuerzas y, con cantos, bordados y listones de colores, acorazaron sus casas, flora y fauna, para evitar que acabaran con ellos.

Esa lucha está documentada en una serie de 12 podcast de Periodismo de lo posible, un proyecto que da voz a los protagonistas de ese combate contra el despojo.

“El objetivo es contar historias desde los territorios, desde la voz de los habitantes”, comentó a Excélsior Eloisa Diez, coordinadora de formación y producción de Periodismo de lo posible.

 

 

“Sorprende que estas historias están contadas desde lo humano. Se cuentan los procesos de violencia, de despojo y el activismo en los territorios. Pero el acento no sólo está puesto en la denuncia de los problemas, sino en cómo la gente se organiza. Hay procesos de hasta 50 años, los más breves de 10, de organización en el territorio y no sólo expresar el no queremos esto, sino el queremos esta forma de vida y es posible”, comentó.

Mientras que en Quintana Roo una escuelita imparte talleres para mantener la identidad maya ante la expansión del turismo, en Las Palomas del Cubo, en Guanajuato, cosechan lluvia, porque la del río está contaminada.

Para este proyecto, hicieron una convocatoria nacional y recibieron 56 propuestas, de las que seleccionaron 12 que llevaron a podcast y que son publicados semanalmente. Realizaron un primer campamento, un seminario en línea, un segundo campamento y un acompañamiento de cada caso. El proceso de formación, que está convocado por las organizaciones civiles REDES AC, Ojo de Agua, Quinto Elemento Lab y La Sandía Digital, duró aproximadamente 80 horas.

Son estrategias posibles, subrayó Eloisa Diez. Como la de “las mujeres del río Atoyac, buscando investigadores y aliándose con universidades para hacer los estudios del agua y demostrar que los estaba enfermando; esto frente al gobierno que afirmaba que no estaba pasando nada”.

Eloisa Diez afirmó que “en todos los casos hay una empresa involucrada o el crimen organizado, pero también en todos hay una autoridad omisa o cómplice”.

“No son soluciones mágicas. Tienen que ver con fortalecer el tejido social, con informarnos y hacernos responsables de nuestra existencia”, indicó Eloisa Diez y agregó que ya preparan una segunda edición del programa.

 

Escuelita maya para bordar la identidad

En el Centro Comunitario U kúuchil k Ch’i’ibalo’on, ubicado en lo alto de un cerro y rodeado de la selva maya, una palapa alberga un taller de bordado que entrelaza resistencia y lucha ante el despojo, la devastación y la muerte provocadas por los megaproyectos.

El taller lo coordina Esther Sulub y lo imparten a niños y niñas, abuelas y mamás.

“Nací y me crié mirando los bordados, desde mi abuelita a quien veía bordar”, cuenta Esther en el segundo episodio.

“Es importante que puedan vivir y no sobrevivir ante las amenazas que hay alrededor”, afirma, por su parte, Wilma Esquivel, maestra de secundaria.

Se refiere al turismo a gran escala que inició hace 53 años con el proyecto en Cancún, pero que ahora se extiende y devora los pueblos indígenas. El desafío actual es el Tren Maya.

“Lo más triste es que nuestros bordados sólo se valoran como objeto comercial, pero realmente no les importa”, dice Paz, otra mujer que da su testimonio.

Lamentan que la escuela tradicional forme a los jóvenes para servir al turismo, para abandonar las tierras y convertirse en mano de obra que tiende camas y sirve mesas. Con la Escuelita Maya buscan volver a tejer ese vínculo que el sistema destruye, subrayan.

“La realidad avasallante, lo doloroso de lo que está sucediendo en el territorio, hizo que nos preguntaramos si existe esperanza y la respuesta está justamente en la Escuelita”, agrega Ángel Sulub, participante del podcast.

 

Amarrarse a los árboles de cara a los talamontes

Desde el monte de Zacacuautla, en Hidalgo, Iguire Nined, de la casita de cultura La Semilla, cuenta lo brutal que es la tala clandestina y cómo el camino que recorría estaba lleno de árboles caídos.

Ella pertenece a la organización comunitaria El Ocotenco, que desde hace 20 años defiende el monte con listones de colores, versos pegados en postes de luz y un carnaval multicolor en el que participan niños disfrazados de animales.

En un recorrido, Filiberta Nevado Templos, de 67 años, comenta que “adentro del monte no podías andar, estaba cerrado, y ahora está lleno de trozos de árboles talados”. Ahora forma parte de guardias comunitarias que en el año 2007 formaron El Ocotenco.

Esa organización, bajo el lema Agua, Monte y Dignidad, se divide en turnos para realizar rondines y resguardar la zona en la que taladores, como los integrantes de la banda Los Negros, dejan lo que no les sirve cuando tienen que correr.

Norberta, de 81 años, platica de un enfrentamiento en 2009, cuando miembros de El Ocotenco encararon a los delincuentes que portaban armas y motosierras. Ese día Norberta y su hermana Filiberta, junto otras 15 personas, amarraron con listones los árboles y se abrazaron de ellos. No se movieron, pese a que Los Negros les advertían que, de no quitarse, les cortarían las piernas.

Además, en la casita de cultura La Semilla trabajan con menores, a quienes enseñan el pensamiento crítico en defensa del monte.

 

Ante la actividad agroindustrial, cosechan lluvia

En el noreste de ese estado, mujeres instalan cisternas para cosechar agua de lluvia, en una ceremonia en la que niños y niñas bailan alrededor de los cilindros de tres metros de altura.

Las líderes de esta lucha en la comunidad Las Palomas del Cubo, a las faldas de un cerro de plantas medicinales, son las señoras María de los Ángeles y Clarita.

Graciela Martínez siente fuerte angustia por la zona, por ello, hace 58 años, fundó el centro agropecuario Cedesa, para impulsar una vida digna en el campo.

La narradora del tercer capítulo del podcast es Rocío Montaño, originaria de la comunidad El Coyotillo. “Que el agua llegue a nuevas casas es un motivo de fiesta”, afirma.

El grupo de mujeres guarda la lluvia en esas cisternas para autoconsumo, pues el agua de la cuenca está totalmente contaminada por la actividad agroindustrial.

“Antes de pelear por el agua, la gente tuvo que pelear por la tierra”, afirma Rocío.

Como en la comunidad La Colorada, de 400 habitantes. Antes, tomaban agua de los charcos, de los estanques, y como filtro usaban su propia ropa.

Durante 12 años, las asambleas se hacían de noche, para que los hombres pudieran participar después del trabajo. Hubo mucha represión por parte de la policía que golpeó y encarceló a hombres, por ello las mujeres asumieron la defensa.

La lucha continuó y, con las mil 500 cisternas construidas en diez años en unas 70 comunidades, lograron mejorar su vida y condiciones de salud de muchos habitantes.

 

Una asamblea en contra de mina a cielo abierto

Los menores en las comunidades chontales de Oaxaca ya no podrán conocer a los animales que habitaban ahí, lamenta el campesino Rolando, quien junto a decenas de aliados se oponen a proyectos mineros.

Las más de 70 comunidades en los territorios chontales son pequeñas, alejadas entre sí, algunas en las montañas y otras entre valles.

María Belén Sánchez, de 21 años y originaria de Zapotitlán, comenta en el quinto episodio de la serie la angustia que siente sobre el futuro. En 2014 hicieron un llamado para asistir a una asamblea comunitaria en oposición al proyecto que la Secretaría de Economía concesionó a una empresa que pretendía dinamitar el cerro, derivando en la destrucción de bosques de pinos, encinos, cafetales, milpas y frutales.

“Se siente feo saber que andan ofreciendo tu territorio sin siquiera avisarte”, lamenta María Belén.

Eufrocino Martínez Flores fue quien solicitó información detallada y en 2018 convocó a una asamblea para informar que el territorio chontal había sido concesionado durante 50 años a la empresa Salamera.

Al enterarse que uno de los minerales que extraerían era plomo, sabían que la mina sería a cielo abierto.

Realizaron varias reuniones, a las que se unieron habitantes de otros pueblos, y articularon estrategias para llegar a instancias jurídicas y ante los juzgados demandaron un amparo contra la concesión minera y otro contra la inconstitucionalidad de la ley minera, ganando el primero. Durante el proceso, Salamera renunció a la concesión.

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