Las cicatrices que dejó el horror de la dictadura en Chile

Su padre fue detenido en 1973, cuando la junta militar dio el golpe de Estado a Salvador Allende, y es llevado a varios campos de concentración. Entre el 75-77 llegó a México y aquí, como en una novela, conoció a quien es la madre de sus hijos, otra exiliada chilena, perseguida por defender sus ideas. Él, activista del Movimiento Izquierda Revolucionaria; ella, del Partido Socialista.
En mi casa nunca se habló de lo que mi padre vivió cuando estuvo detenido, y cuando se hablaba algo sobre la dictadura, sobre los desaparecidos, pues yo era una niña, no me interesaba mucho eso. Tengo retazos de esos recuerdos, pero, sin duda, esa es una de las razones por las que me dedico a lo que hago, me ayuda mucho a entender ciertas cosas”.
Valeria Moscoso es psicóloga y puso sus conocimientos al servicio de las personas que han sufrido represión y familiares de víctimas de desaparición forzada. “Tengo familia que fue torturada, que fue ejecutada, que estuvo en campos de concentración, eso me ha acompañado desde el vientre, estar cercana a la represión y al terrorismo de Estado”.
A los 14 años me fui a Chile, acompañando el retorno de mi madre. Allá estudié psicología y me di cuenta de que no se estaba abordando lo que había pasado en la dictadura desde esa disciplina, no se estudiaban las secuelas de las violencias en las personas: me parecía ilógico eso, entonces, desde mi historia familiar, desde mi propia militancia política empecé a hacer trabajos respecto al tema, y recibí mucha resistencia.
Fue un camino muy autónomo, de encontrar libros escritos en la clandestinidad en Argentina, Chile, Uruguay que abordaran los temas de las dictaduras, porque la psicología hegemónica no me daba respuestas”, dice Moscoso en charla con Excélsior.

EL IMPACTO DE LA VIOLENCIA
Valeria ha trabajado en Chile tanto en el ámbito público como en la sociedad civil, llevando procesos terapéuticos con víctimas de la dictadura cívico-militar, así como proyectos de recuperación de testimonios y construcción colectiva de memorias, esfuerzos que también replica en México.
Desde su perspectiva, a las víctimas de las dictaduras o de desaparición no se les da terapia, sino que se les acompaña. “No es un tratamiento, porque lo que están padeciendo las personas no es una patología a sanar, sino que es un impacto humano y normal ante la violencia; entonces entender que yo no trato a un paciente, yo acompaño a una víctima.
Cuando empiezo a laborar como psicóloga, comienzo a saber los detalles de una sesión de tortura o los impactos en las personas, fue tremendo el constatar el horror de la crueldad humana, pero, a través de acompañar a otras personas, comprendo lo que yo había sentido”.
La activista señala que toda víctima de violencia en el contexto de un régimen dictatorial se rompe en mil pedazos: “Todos los tipos de violencias son un golpe que rompe, que quiebra absolutamente el continuo vital y la percepción de mundo de las personas; todo lo que tú creías que era el mundo y la sociedad, que el futuro era, que las instituciones eran, todo eso se quiebra, porque lo que sucede con las violaciones a derechos humanos, es que las perpetra quien debería protegerte. El nivel de vulnerabilidad cuando la violencia la ejecuta el Estado es mucho más profundo, porque, entonces, a quién recurres”.
MEMORIAS HISTÓRICAS
La memoria histórica es necesaria porque nos ayuda a no cometer los mismos errores de antes, a aprender del pasado, reconocerlo, mirarlo críticamente. La cuestión es que la memoria es muchas memorias, porque sobre épocas como la dictadura en Chile o la Guerra Sucia que se vivió en México, todos los actores quieren imponer su memoria, es decir, el perpetrador de la violencia no le apuesta al olvido, sino a imponer su memoria; cada quién va a decidir qué recordar y qué olvidar, dependiendo de su posición en el conflicto, entonces no es una disputa entre memoria y olvido, sino entre memorias”, dice Moscoso.
Y concluye: “En México, la situación es crítica porque es un pasado que al mismo tiempo es presente, porque se siguen violando los derechos humanos, al día de hoy desaparecen veinticinco personas al día, en promedio, y es difícil generar memoria entendiéndola como un ejercicio de mirar hacia atrás, pero lo cierto es que la memoria es una acción, es dinámica y es una forma de afrontamiento, de mirar hacia el futuro”.

VOCES QUE SOBREVIVEN
Recopilación de testimonios de víctimas que permanecieron en los campos de reclusión instalados por todo el territorio chileno luego de la implementación de la dictadura militar, que encabezó Augusto Pinochet, según registra el libro Cien voces rompen el silencio, editado por la UACM y el Fondo de Cultura Económica.
La comisaría de la calle Las Tranqueras de Vitacura es un patio tapizado por seres humanos semidesnudos, algunos carabineros saltan sobre ellos, los pisan, los insultan, siento gritos de dolor. Soy la única mujer que presenció este dantesco espectáculo. Me dicen que yo también la pasaré mal. De noche me trasladan a la Escuela Militar. Fui interrogada toda la noche, pienso que me van a matar.El militar no habla, sólo me apunta a la cabeza, siento gritos de dolor.”
*Ilian Silva Iriarte.
Todo el día nos tuvieron dando vueltas por Santiago. Ya en la tarde nos metieron a una carpa y nos dejaron sentados en un banco medio ladeado. Con las manos amarradas con alambres nos aplicaban corriente. Teníamos la cara tapada y no podíamos ver, pero sentíamos las descargas de corriente. Nos humillaron.”
*Isabel Uzabaga.
Vimos pasar gran cantidad de camiones militares. Vinieron hacia la casa, la puerta fue echada abajo a golpes. El que dirigía dijo: Busquen las armas en el patio. Los niños se abrazaron llorando a su abuela, gritando aterrorizados. Me tiraron al suelo, comenzaron a patearme. A mis hijas les apuntaban con metralletas.”
*Eliana Rodríguez.
Golpearon a la puerta y entró a allanarnos una patrulla militar. Fui conducido a mi habitación y, tras un interrogatorio, el oficial le ordenó a un soldado que calzara su bayoneta y me ejecutara, en un simulacro de ejecución que fue una de las torturas de mayor calibre a la que fui sometido y aún me atormenta.”
*Heberto Reyes.
El día del golpe militar, me desempeñaba en el cargo de gobernador del Departamento del Huasco-Vallenar. A las 13:00 horas llegó a la Gobernación el reportero de la Radio Estrella del Norte. Me pidió una entrevista: ¿Es efectivo que en la Gobernación hay gente armada para defender el gobierno? Le respondí: Lo invito a recorrer todas las dependencias y compruebe que en el edificio solo estamos el secretario y yo.”
*Luis Rojas Aguirre
Me condujeron a uno de los vehículos. Dos centinelas armados me lanzaron al piso del vehículo y partimos con rumbo desconocido. Me bajaron a golpes y me llevaron al interior de una casa, en un lugar que podía ser un baño o una cocina. En ese sitio me tuvieron de pie por más de tres horas. Después me trasladaron a otro lugar al parecer un recinto militar. Allí me golpearon brutalmente y me colgaron de las muñecas en una posición en la que apenas podía tocar el suelo con la punta de los pies.”
*Luis Ramos Rojas.
Después de repetirles muchas veces que no sabía nada, me pusieron frente a un compañero y él me reconoció. Entonces, me llevaron a una pieza, me desnudaron y me tiraron a un catre, ahí me amarraron de pies y manos en cada borde de la cama. Los torturadores interrogaban , preguntaban con actitud amenazadora, con gritos y aplicación de corriente.”
*Vilma Cecilia Rojas.
Me llevaron al cuartel de Investigaciones de Santiago ubicado en General Mackenna y me encerraron cuatro horas en un calabozo atestado de presos comunes. Me ficharon y me llevaron a la cárcel pública, que estaba cruzando la calle. Estuve ahí 20 días, en un pabellón con trescientos prisioneros políticos. Dormía en el suelo con la cabeza junto a un recipiente que había habilitado la Cruz Roja. Había dos baños y dos duchas para todos los prisioneros.”
*Juan Guillermo Plaza.